Por: Gustavo F. Iaies
Fuente: EXPERTO EN EDUCACION, DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS EN POLITICAS PUBLICAS
"Enseñar no es lo que era", dicen muchas maestras con una profunda sensación de malestar. La crisis supera las cuestiones pedagógicas, no es un problema didáctico. Hemos cambiado diseños curriculares, de gestión, discursos pedagógicos, sin lograr cambios significativos. Vivimos una especie de nostalgia por "la escuela perdida".
¿Qué pasó con esa escuela pública que nos construyó como sociedad, nos integró y dio identidad? ¿Queremos volver a ella? Una maestra que colgara la típica lámina de la familia y dijera: "Esto es una familia", que pusiera un alumno de plantón en el patio, que obligara a forrar todos los cuadernos con papel araña azul, que nos mandara a lavar la boca, sería criticada por padres, medios e intelectuales. La acusaríamos de xenófoba, autoritaria, discriminadora. No entró en crisis solamente la concepción pedagógica de esa escuela, sino fundamentalmente la arquitectura cultural que le daba sentido, los valores y las ideas que la sostenían.
Perdió importancia la propia idea de autoridad, no queremos que nos manden ni mandar. Y eso les pasa a los maestros, pero también a los médicos, los policías, los gobernantes y los propios padres. La autoridad indiscutida del maestro bastaba con el delantal, era respetado por las familias porque era el maestro. Esa autoridad ayudó a generar argentinidad en hijos de italianos, españoles, polacos; una idea de familia, de ciudadanía, de orden, de esfuerzo.
Hoy priorizamos formar chicos críticos antes que respetuosos, obedientes, trabajadores. No creemos que sea fundamental que estén dispuestos a someterse a autoridades o valores comunes. Entró en crisis la idea de igualarnos, encuadrarnos en grupos y categorías.
Aquella escuela instaló los roles de la familia, la división entre educados y maleducados, estudiosos y vagos, personas de bien y malas personas. Esa escuela nos ordenaba metiéndonos en alguna categoría social.
Por el contrario, hoy vivimos una suerte de explosión de la diversidad, la diferencia y la originalidad, nadie quiere atenerse a modelos. Esa escuela le asignaba un enorme valor a la tradición y a la transmisión. Nos contaba una historia de héroes y gestas como dispositivo privilegiado de construcción de nuestra identidad y pertenencia. Hoy, el presente y el futuro han adquirido mayor sex appeal que el pasado. Dudamos del valor de las historias que tenemos para contarles a los chicos frente a lo imponente del avance científico y tecnológico.
Ese modelo educativo hacía un culto de la asimetría y las jerarquías: maestros distintos de alumnos y padres, directores de maestros y supervisores. Cada uno tenía derechos y obligaciones claras. Somos una generación de adultos que ha entrado en crisis con las jerarquías, preferimos ser todos más o menos iguales, "tener siempre 20 años": cuerpos, alimentación, consumos culturales y relaciones de jóvenes.
La idea de enseñanza ha perdido ascendiente, preferimos hablar de aprendizaje, evitando sentir que obligamos a los chicos. La idea de que los docentes decidimos lo que los alumnos deben aprender y los modos de hacerlo sin consensuarlo con los chicos y los padres ya no suena bien.
La crisis educativa tiene un importante componente cultural. El modelo de la escuela tradicional se quedó sin los valores que lo sostenían. Robert Cowen afirma que los sistemas educativos tienen una piedra de roseta con las marcas que caracterizan a la sociedad en la que fueron generados. Esa piedra de roseta es su ADN y ese ADN cambió, ya no es aquel de los orígenes.
No debemos volver al pasado, ¿pero acaso no necesitamos buscar nuevos equilibrios? ¿Es posible pensar una escuela contracultural que confronte con los valores sociales vigentes? ¿No necesitamos discutir esos valores para poder pensar un nuevo modelo de escuela? ¿Podemos imaginar una escuela que eduque sin recuperar autoridad, asimetría, respeto por el pasado y por la construcción de lo común?
Nos debemos tanto un debate cultural como pedagógico, repensar una escuela para esta piedra de roseta. Es una tarea compleja, pero hay señales de que asoma el momento de hacerlo. Este modelo ya no da respuestas ni a alumnos, ni a maestros, ni a la comunidad
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